Al final vamos a tener que buscar en la mitología táurica para encontrar una pizca de toreo de verdad y poder sacudirnos tanta vulgar modernidad. |
En las novilladas vas la mayoría de las veces a ver qué
pasa, porque si conoces a los novilleros, unas veces te suena haberlos visto
hace… y miras en el programa y ya te suena, incluso hasta te recuerdan que
cortó una, dos o mil orejas. Miras las fotos y ya empiezas a hilar que era de
un pueblo pegado a Guadalajara, el otro que vive en Majadahonda, pero de golpe
ves la foto de uno que se presenta, rubio de un rubio dorado como el oro del
Rin, como el anillo del Nibelungo, de rasgos de divinidad teutona; el mismísimo
Sigfrido vestido de luces, como aunando la mitología nórdica con los mitos
mediterráneos. Que si alguno dudaba que esto de los toros- ¿o quizá debería
ahora sí hablar de la tauromaquia? – esto es no ya cultura en si mismo, es la
cultura por excelencia. Un galo de las cercanías del Ródano ha honrado la plaza
de Madrid, Lalo de María, de movimientos majestuosos, ceremoniosos, acompañado
en el paseíllo de un joven mesetario, Víctor Hernández, y un hijo de la
Hispalis milenaria, Álvaro Burdiel. Todo en torno a esa patena que es el ruedo
de Madrid, las ventas se vestía de magia y oro. ¿Y qué ganado para tal
acontecimiento? No rebusquen, no, váyanse a lo más obvio, a lo más cotidiano.
¿Y qué es lo cotidiano en Madrid en los últimos tiempos? Pues quién el año
pasado lidió ocho festejos y esta temporada ya lleva tres, Fuente Ymbro. Que
hay aficionados con años de experiencia en las Ventas y no han visto en toda su
vida ese número de festejos de muchas ganaderías. Que el día que se descubra el
misterio de tanta comparecencia, como diría un castizo, lo mismo lo íbamos a
flipar.
La novillada de Fuente Ymbro ha sido bastante desigual, que
igual uno parecía un toro de los que sueltan por esas plazas de Dios, que
pensabas que te habías colado en una sin picar. Y en general se picó poco y
mal. Los animales sin más se dejaban, pero no mucho, y el cuarto fue notar el
palo y salió espantado a toriles. Este no se quería ni dejar. Y en el último
tercio, el segundo iba al engaño una y otra vez, el cuarto se comía a su
oponente sin apreciar que nadie le iba a mandar y el sexto se fue sin que le
dieran lo que requería, que era mucho más que trapazos, pedía toreo y no
trapazos, pero… la cosa está como está.
Por su parte, Víctor Hernández, parecía más preocupado de sumar
en su estadística, que en su bagaje como torero y lidiador. Que daño hacen a
los chavales esos que solo entienden esto como una suma de despojos. Empeñado
en el espectáculo, pases por la espalda y acumular muletazo tras muletazo,
aunque ello conllevara una retahíla de trapazos distantes con el pico,
acelerados, muchos tirones y mucho enganchón. En el cuarto, que llegó a la
muleta bastante descompuesto, no fue de asentarlo y meterlo en las telas, es
más, aún lo alborotó más, como alborotado era su toreo. Se le venía y no era
capaz de hacerse con él, el novillo empezaba a dejar claro quién tenía el mando
allí. Muy acelerado, venga a dejársela tocar. El toro acudía bronco, pero
Hernández no encontraba la forma de remediar aquello y solo era capaz de dar
carreras y más carreras.
Álvaro Buerdiel dejó algo positivo y es que con el capote
citaba y se quedaba quieto, lo que ya es, pero en cuanto al manejo de los
brazos, necesita progresar. A su primero no le entendió, no entendió las
embestidas que le ofrecía a lo que respondía con vulgares trallazos, tirones con
el pico, teniendo que recolocarse constantemente, para acabar con algo tan
común y tan extendido entre los de luces, el acortar demasiado las distancias.
A su segundo simplemente no supo por dónde atacarle y la receta fue la misma,
siempre desde muy fuera. Y llegó el que se presentaba, el de figura apolínea,
el que hacía pensar que en cualquier momento iban a salir las Walkirias por la
puerta de cuadrillas o que el mismo Sigfrido aparecería rodeado de los enanos
del anillo del Nibelungo. Pero aparte de amaneramientos y poses épicas de
opereta, Lalo de maría daba para poco. Descolocado, desubicado, hasta en un
momento se aprestaba a tomar espada y muleta y todavía andaban sus peones
liados con los palos. Y a pesar de tanta elegancia épica. Su toreo rebosaba
vulgaridad, trampas y destoreo, de brazos largos, muletas atravesadas,
aceleradas y trapazos que hacían perder las manos a un flojo novillo. En el
sexto solo dejó claro que tiene capotes y muletas para dar y regalar. Solo el
cielo sabe cuantas veces tuvieron que acercarle otros trastos por perder los
anteriores. Recibió al sexto de rodillas y al tercer trapazo o se enderezada o
a ver qué pasaba. Pico exagerado y pierna retrasada, más todos los defectos
frecuentes en toda la torería de la modernidad, pero sin asomo de toreo. Que se
recordó en esta tarde a un torero al que tantas veces se le acuso de eso, del
pico, José Fuentes, quien hace nada se marchó para torear en el cielo con
aquellas maneras y aquella personalidad tan suya de torero. Un torero del que
podrían haber aprendido tanto, entre cosas a torear, Sigfrido y dos chavales de
la tierra.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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