domingo, 28 de mayo de 2023

Dos pinceladas entre borrones y brochazos

O sea, que la verónica era eso. Pues que pena que no se vean más a menudo.

Ya se frotaban algunos las manos al contemplar a Urdiales toreando a la verónica al primer torazo del Pilar, rara avis en esto que ahora llaman “tauromaquia”; después vino un lento quite de Pablo Aguado y la réplica del riojano, con una sensacional. Todo por el pitón derecho, lo que impedía que la cosa fuera redonda y en muchos casos, sobre todo en el quite del sevillano, estética en el acompañamiento, pero menos es nada. Al menos han sido dos pinceladas que han podido evocar el toreo de capote. Pero ahí acabó la delicadeza y precisión del pincel del artista. A partir de entonces, allá que repartieron bidones de quintal repletos de pintura de color indefinido y brochas usadas y cubiertas de chorretones de pintura seca. Las paletas que debían ser los de El Pilar, pues tampoco ofrecían gran variedad de colores. El gris apagado de la mansedumbre, la falta de casta, la fuerza con pinzas, la casi imposibilidad de verlos en el caballo y, al contrario de lo habitual en la modernidad, no se decidieron a seguir la muleta como gallinas hipnotizadas por una tiza. Puede que el más potable fuera el que cerraba plaza, pero claro, si le toca al que el pintor de brocha gorda le encarga poner papeles y cintas para no manchar, pues pasa lo que pasa, que ni lo entiende, ni sabe entenderlo. Además salieron dos sobreros, uno del hierro titular que también fue para adentro y el del Conde de Mayalde, que tuvo mala suerte de a quién le tocó su lidia.

Urdiales, aparte de esas verónicas por un pitón, no tuvo la mejor tarde de su vida y eso que él sabe manejarse en esto de las pinceladas. En su primero, un torazo, todo se lo hizo por el pitón derecho, salvo un intento con la zurda en la faena de muleta, que pareció más que el riojano no se confiaba por ahí, que el que el toro tuviera algún defecto insuperable. El resto fue un toreo muy alejado de lo que se podía esperar y demasiado asimilado al que se ve todas, todas, toditas las tardes, con los mismos defectos y trampas, aunque no tan acentuadas como otros, incluso en esta misma tarde. Con su segundo no se mostró confiado ya de inicio. En el último tercio a nada que pegara un tirón con la muleta, el animal se venía abajo. Tanteo por aquí y por allá y el toro yéndose de las suertes como un mulo. Media lagartijera y a otra cosa. Que casi mejor así, si no estás, deja los pinceles para otro día en lugar de emborronar y emborronar empeorando las cosas.

Pablo Aguado empieza a no convencer ya a casi nadie con eso de la naturalidad que le encumbró hace un tiempo a los carteles de postín en las grandes ferias, pero al final, aunque lleve un mono blanco impoluto, no pasa de pegar brochazos burdos y desordenados, dejándose huecos sin pintar. A él le salió el primero de los que parecían más del Raboso, los Aldeanueva que tanta fama le dieron al Campo Charro, pero que ahora se mantienen y punto. Hubo toreo de capote de eso que se dice bonito, eso es innegable; basta saber ponerse en situación y la estampa puede ser d un preciosismo extremo, que tampoco es el caso, pero claro, si se torea sin torear, cómo se come eso. Que sí, que todo lo bonito que queramos, pero, ¡hombre! Háganselo al toro y no al aire. Pero en la faena de muleta ya no colaban ni poses, ni estética postmodernista, porque si empezamos a lo de siempre, léase pico, lejanías… bueno, ya saben, ¿no? En el quinto casi no tuvo opción ni de ponerse en los dos primeros tercios. Ya parado en el primero, apretó más en banderillas, para a continuación continuar la obra de trampas inacabada en su toro anterior. Borrones y más borrones en forma de enganchones, citar desde muy fuera, la muleta al bies, hasta que el toro se quedó parado, que no tardó mucho.

Y Francisco de Manuel, que no sé quién le dijo que iba para figura, con el mono hecho un pingajo, con brochas y rodillos de mil colores, con la lata llena de chorretones, se fue decidido a que no le llamara nadie ni para pintar las tapias del cementerio. Sin fijarse en la paleta que tiene entre manos, lo mismo se te pone de rodillas para una larga versión mantazo, que para iniciar el trasteo embarullado, que acaba liándose y el toro le prende, afortunadamente sin consecuencias. Era como si el solito se echara encima todo el cubo de pintura, pero nada, que no se desanimó, él a lo suyo, al toreo, o lo que sea, más vulgar, chabacano y sin sentido. Que sí, que siempre habrá los afines que le quieran subir a los cielos del taurinismo, pero es que es muy difícil, porque da para muy poco. Eso sí, una estocada en buen sitio y algunos creyeron que era el momento de darle orejas, patas y el toro mismo. Vuelta al ruedo en la que debió pensar que qué amables eran los que le movían el brazo para que pasara y otros diciéndole que no, pero esto ya se le iba de su entendimiento. Eso sí, no pensó ni por un momento en que le dijeran que dejara de pegar esos brochazos a pegotones, porque en el sexto tiró por el mismo camino y si la cosa no progresó, no es porque de Manuel se pensara el reconducirse, sino porque el mulo que le tocó se marchaba de las suertes sin querer que nadie le mareara a base de trapazos acelerados citando desde fuera, pico, enganchones, sin que le llevara con la muleta, lo que le provocaba al animal unas tremendas ganas de echársele encima. Al finalizar la tarde, pues el comentario de todos los días, una más y una menos y con el peso de un plomo que había caído sin compasión sobre las cabezas del personal que ya casi no llegaban a recordar esas dos pinceladas entre borrones y brochazos.

 

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

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