La soledad del artista, a veces acompañada de la frustración del que quería ver y no vio. |
Que levante la mano el que no haya escuchado nunca que esto
de los toros es cuestión de emocionarse o incluso que lo haya dicho en primera
persona. Y claro, cada uno se emociona con lo que considera, allá cada uno. Es una
coartada perfecta para que no te discutan el fervor por el toro bobo de carril
que va y viene, que a veces está más que justito de todo y que por si fuera
poco, no se le puede picar, porque el animalito no soporta tanta emoción sobre
sus lomos. Pero los hay que pierden la cabeza con la emoción que les genera ver
al paisano tirando trapazos o al gran maestre de la modernidad embaucando a uno
de esos toros que con tantas carencias también emocionan, porque va y viene. Y si
ya ven al sumo artista del universo taurino menear el capote medio con donosura
y la muleta con esa gracia de los picaruelos que te levantan la novia con una
verborrea que no se puede aguantar, ¡pa qué más! Y a ver quién dice nada,
porque ellos se han emocionado. Que se emocionan igual que la abuelita que pone
en la nevera el retrato que le ha hecho su nieta de cuatro añitos en el
colegio. Que por supuesto que no es una obra de arte, pero a ver quién le dice
nada a la abuela.
Que la cosa no estaba fácil, porque los Alcurrucenes no
estaban por colaborar. Bueno sí, que son siempre muy colaboradores, pero igual
es que no tenían esa capacidad necesaria para emocionar. Que los veías y bueno,
venga, que pasen por toros, pero si los tienes que mirar dos veces para
creértelo y además les miras las coronas sobre el testuz, se te empieza a resquebrajar
el principio universal de la emotividad taurina. El primero hasta se puede
decir que iba más para decepcionar que otra cosa, así, sin miramientos. Que
parecía más topar que embestir. En el caballo respondía al notar que el palo le
apretaba, pero luego no quería historias; muy parado, no quería nada con nadie
y hasta empezaba a cruzarse peligrosamente por el pitón izquierdo y a ponerse
complicado, pero nada, si él no estaba por la labor, Morante de la Puebla lo
estaba menos. Dos por aquí, otro por allí y ponte que voy con la espada. Visto
y no visto, que si no nos vamos a emocionar, ¿para qué seguir? En su segundo,
uno que podría pasar por novillo adelantado, le quiso instrumentar esos
capotazos ahora tan suyos de manos altas, como homenaje a los emocionados de antes
de la guerra. Solo uno que aparentaba sirvió para que los clamores se alzaran
al cielo de Madrid. Y al Alcurrucén, que se arrancaba al caballo hasta con
cierta alegría y prontitud, le pagaron su entusiasmo con una cuchillada casi en
la barriga. Y cuidado, que la cosa se iba a poner a cien; chicuelinas de Juli,
así, de esas que en el verano te alivian la calorina como un abanico de Casa de
Diego, pero sin decorar. ¡Que Morante se iba a quedar como si nada! No, señorito.
Que allí se fue a responder, ¿se lo imaginan? Unas verónicas enganchadas del de
la Puebla, pero daba igual, el personal se había emocionado y eso es lo que
cuenta. Tomó la pañosa tirando de telonazos por los dos pitones, que se
remataron con uno de pecho con la punta de la muleta y el toro doblando las
manos, pero daba igual, se avecinaba algo grande. Le cambió los terrenos
llevándoselo al seis y allí empezó con derechazos metiendo el pico de la
muleta, tirando con él del toro. A cada tanda se evidenciaba más y no se sabe
si era porque los muletazos con el pico también emocionan o porque los daba
muleta, el caso es que el personal parecía haber sido agasajado con su retrato
hecho por una niña de cuatro años, ¡qué emoción! Los enganchones los obviamos,
pero si analizamos el toreo con la zocata, ahí la muleta estaba aún más atravesada.
Metido entre los pitones instrumentó varios de uno en uno, más pico, fuera, pero
la espada le privó de una emotiva vuelta al ruedo, quizá con la emoción de portar
una oreja, pero…
El Juli, aunque muchos no lo crean, también emociona. Su
primero se le quedaba ya de salida, se dio media vuelta y lo condujo hacia los
medios con el capote. Derrotaba en el peto y cosa extraña, no le taparon la
salida. Inició el trasteo llevándoselo a los medios, para comenzar con su
retahíla de muletazos con el pico y la muleta retrasada, muy encimista, con
alardes como un cambio de manos para después citar con la zocata dando la
espalda. Con la izquierda largaba tela, quitándosela de repente de la cara,
para volver a cambiar de pitón y terminar con un arrimón, que no vean ustedes
lo que esto emociona al personal, a unos porque eso les gusta y a otros porque
se les venían a la memoria esas típicas plazas de carro que antes montaban en
las plazas mayores de los pueblos. Pero este sentimiento se extendió a su
segundo, al que no se picó, continuando la misma línea de toreo trapacero con
el pico de la muleta y citando más allá, bastante más, que al hilo del pitón.
Que si no llega a pinchar, tal y cómo estaba el ambiente de emociones, quién
nos dice que no… Pero la suerte hizo que pinchara repetidas veces y todo quedó
en nada.
Tomás Rufo también emociona, claro que sí, lo único que no
sé si las emociones alcanzarán más allá del kilómetro 100 y 110 de la N-V, a la
altura de Talavera de la Reina y poco más. Decir que no se puede ser más
vulgar, más trapacero, menos capaz, quizá sea decir mucho, porque ya sabemos
cómo está el escalafón, pero lo que es innegable es que este torero pone todo
de si mismo para lograr al menos podio en el campeonato de la vulgaridad. Que
su primero hasta parecía que iba a ser algo al verle pelear, aunque solo por un
pitón, pero en la segunda vara salió como alma que lleva el diablo. Su segundo
tiraba derrotes que parecía iba a triturar el peto y en la segunda vara lo que
recibió fue a costa de que el caballo iba detrás de él, o la par, pero sin
dejarle escapar. Y en los dos trasteos, Rufo solo daba para exagerado pico, citar
desde muy fuera, carreras y más carreras, meterse entre los cuernos, que eso
siempre emociona mucho, y alargando desquiciantemente las faenas, con esa
sensación de que ya ha va a por la espada y no, sigue y sigue y… Y cuando los
más allegados ya buscaban el pañuelo, porque se habían emocionado, largó un
bajonazo que a pesar de todo, jalearon. Luego se les debió venir abajo el entusiasmo
al ver las protestas y dejaron el pañuelo dónde estaba. Pero claro, qué se le va
a hacer, que la gente va a la plaza dispuesta a dejar brotar todas sus
emociones, pero cuidado, porque ya saben ustedes que a veces, muchas veces y
más en esto de los toros, las emociones nos confunden.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
2 comentarios:
Enrique, esto me recuerda a cuando decían en la pandemia que había que conseguir la inmunidad de rebaño, pues esto de la Emoción me parece que a base de repetirlo una y otra vez se ha vuelto contagiosa y se está pegando a muchos Aficionados, el Toro es la mejor vacuna para que no se nos pegue a nosotros.
Antonio:
Eso del rebaño ya sabes a qué suena. Nada bien, que al final vamos a acabar balando. Y como tú dices, con el toro se arreglan muchas cosas.
Un abrazo
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