lunes, 1 de mayo de 2023

Ni el sastre del señor marqués

Toros celestiales, angelicales, querubines con cuernos para dar pases hasta el final de los tiempos.


Eran otros tiempos cuando la nobleza vestía de dulce, eran pinceles caminando por el mundo, los trajes parecían haber nacido y crecido con ellos, ni una arruga, ni un defecto. El señor marqués era un ejemplo de elegancia y de buen vestir. Siempre con el mismo sastre que sabía que cargaba para allá, que el hombro izquierdo estaba un poco más alto que el contrario, esa forma de caminar como arrastrando un remo, pero el maestro de la aguja, las tijeras y el dedal se lo apañaba todo y convertía a su excelencia en un figurín. Que luego, cuando se desechaban los trajes y pasaban al jardinero, un mozo bien puesto, apolíneo, tocado por la magnanimidad divina, cuando vestía la ropa heredada, parecía que tenía un hombro más alto que otro, mal andado y todo plagado de arrugas, hasta ser apodado el “Renco” por eso que llaman la sabiduría popular. Pues ahora tomen la novillada Gabriel Rojas y compárenla con el jardinero. Algo desigual de presentación, alguno impresionante y otros menos. Especialmente el primero, y sobre todo el último, un galán que de esos que lo echan por esas plazas de Dios en corrida de toros y las figuras acaban mandando al veedor a que oposite a Correos. Todos cumplieron en varas a su manera, muy mal, pero muy mal picados, con cuchilladas aquí y allá, que lo trasero era el menor de los inconvenientes, imagínense. Y ese último que mostró fijeza en la pelea, mientras el de a caballo le tapaba inmisericorde la salida. Para uno que no cabeceaba en el peto; que los hubo que al notar el palo salieron echando pestes, pero hasta a este le dieron leña como para pasar tres inviernos.

Tampoco se puede decir que ofrecieran complicación alguna, eran unos santos varones, esperando a que los de luces se pusieran bonitos y se lucieran a modo para alcanzar la gloria bendita del toreo, pero… Una cosa es tener el género, paño de los mejores telares y otra saber empatronar, cortar y confeccionar un traje como si fueras el sastre del señor marqués. No tiraban un mal viaje. Si hasta un banderillero se tropezó delante de la cara de un novillo y este o no lo vio, que no, o se hizo el longui para no molestar. Quizá alguno, como Sergio Felipe, debería haber pedido las tijeras y emplearlas en otra cosa que cortar telas y allí, sobre el ruedo venteño cortarse el apéndice que decían que identificaba a los maestros en otro tiempo y que ahora es un simple añadido. No se me ocurre nada comparable a la sosería, insulsez e incapacidad de este ya veterano novillero. Las telas por un lado y el burel por el otro, que si no fueran querubines con cuernos, no sabemos cuántas veces se lo habría montado en el lomo. Se le colaba por uno y otro lado, su primero y el segundo, que no por mala condición de los animales, sino por incompetencia del coletudo. Con todos los defectos de estos tiempos y además, sin corazón para al menos limpiar su honor yéndose detrás de la espada.

Villita, más bisoño, pero no menos rodado, quizá algo más aparente para que el paisanaje pudiera aplaudir con entusiasmo y que toda la plaza supiera dónde estaban los paisanos del toledano, pero con los males que acompañan ahora a todos, salvo rarísimas excepciones. Tirones, abanicazos, tirando líneas, vulgarísimo y para convencer a los afines, naturales, perdón, trapazos de frente, de uno en uno. ¡Cómo rugían los partidarios! Eran pocos, pero con eso ya se había ganado un homenaje en el McDonalds del Zocodover. Que bello marco para tan cutre alarde. En su segundo tampoco defraudó, ni a los enemigos del antitoreo, ni a los amigos de la marcha atlética con un trapo en la mano. Que no paró quieto ni para la foto. Que no digo yo que se quite así de repente, que es joven y tiene tiempo, siempre hay tiempo para todo, pero si quiere vivir de esto o se aplica de lo lindo en eso de la lidia y el toreo o lo mismo debería pensarse cambiar la muleta por las banderillas.

Poca diferencia había entre los anteriores y Miguel Zazo, porque ni en la vulgaridad son capaces de diferenciarse mínimamente. Si acaso le puede hacer distintos el número de paisanos, de autobuses. O quizá sí, en algo cambió lo que “expresó” el joven novillero, en la insistente forma de dar aire a sus novillos; parecía un molinillo de esos que dan vueltas y vueltas y para colmo de males, le tocó el mejor de la tarde, que era un toro para muchas plazas incluso de primera, sí, pero ¿aquí a qué hemos venido? ¿A pasar el rato o a ser torero y triunfar en Madrid? Pues vaya usted a saber. Lo que está claro es que no se viene a dar aire con las telas, a correr sin parar y no hablemos de eso de bajar la mano, que no la bajan ni cuando han recetado un sablazo infame y la mantienen en altop como para darse importancia, que eso sí que lo aprenden de lujo; que arte para darse importancia y no sonrojarse ni ante su propia e incapaz vulgaridad. Que dirán que qué dureza con los chavales, quizá, pero es que estos son el embrión de lo que luego nos atormentará en las ferias y tardes futuras y si no, echen una mirada a ciertas ferias pasadas, presentes y venideras. Que dirán que si los novillos tal o cual, pero, uno ya no sabe cómo los quieren, que más nobles no podían ser, tan al gusto de ahora, tan propicios, vamos, que no los prepara tan a medida ni el sastre del señor marqués.

 

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

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