Toros celestiales, angelicales, querubines con cuernos para dar pases hasta el final de los tiempos. |
Eran otros tiempos cuando la nobleza vestía de dulce, eran
pinceles caminando por el mundo, los trajes parecían haber nacido y crecido con
ellos, ni una arruga, ni un defecto. El señor marqués era un ejemplo de
elegancia y de buen vestir. Siempre con el mismo sastre que sabía que cargaba
para allá, que el hombro izquierdo estaba un poco más alto que el contrario,
esa forma de caminar como arrastrando un remo, pero el maestro de la aguja, las
tijeras y el dedal se lo apañaba todo y convertía a su excelencia en un
figurín. Que luego, cuando se desechaban los trajes y pasaban al jardinero, un
mozo bien puesto, apolíneo, tocado por la magnanimidad divina, cuando vestía la
ropa heredada, parecía que tenía un hombro más alto que otro, mal andado y todo
plagado de arrugas, hasta ser apodado el “Renco” por eso que llaman la
sabiduría popular. Pues ahora tomen la novillada Gabriel Rojas y compárenla con
el jardinero. Algo desigual de presentación, alguno impresionante y otros menos.
Especialmente el primero, y sobre todo el último, un galán que de esos que lo
echan por esas plazas de Dios en corrida de toros y las figuras acaban mandando
al veedor a que oposite a Correos. Todos cumplieron en varas a su manera, muy
mal, pero muy mal picados, con cuchilladas aquí y allá, que lo trasero era el
menor de los inconvenientes, imagínense. Y ese último que mostró fijeza en la
pelea, mientras el de a caballo le tapaba inmisericorde la salida. Para uno que
no cabeceaba en el peto; que los hubo que al notar el palo salieron echando
pestes, pero hasta a este le dieron leña como para pasar tres inviernos.
Tampoco se puede decir que ofrecieran complicación alguna,
eran unos santos varones, esperando a que los de luces se pusieran bonitos y se
lucieran a modo para alcanzar la gloria bendita del toreo, pero… Una cosa es
tener el género, paño de los mejores telares y otra saber empatronar, cortar y
confeccionar un traje como si fueras el sastre del señor marqués. No tiraban un
mal viaje. Si hasta un banderillero se tropezó delante de la cara de un novillo
y este o no lo vio, que no, o se hizo el longui para no molestar. Quizá alguno,
como Sergio Felipe, debería haber pedido las tijeras y emplearlas en otra cosa
que cortar telas y allí, sobre el ruedo venteño cortarse el apéndice que decían
que identificaba a los maestros en otro tiempo y que ahora es un simple añadido.
No se me ocurre nada comparable a la sosería, insulsez e incapacidad de este ya
veterano novillero. Las telas por un lado y el burel por el otro, que si no
fueran querubines con cuernos, no sabemos cuántas veces se lo habría montado en
el lomo. Se le colaba por uno y otro lado, su primero y el segundo, que no por
mala condición de los animales, sino por incompetencia del coletudo. Con todos
los defectos de estos tiempos y además, sin corazón para al menos limpiar su
honor yéndose detrás de la espada.
Villita, más bisoño, pero no menos rodado, quizá algo más
aparente para que el paisanaje pudiera aplaudir con entusiasmo y que toda la
plaza supiera dónde estaban los paisanos del toledano, pero con los males que
acompañan ahora a todos, salvo rarísimas excepciones. Tirones, abanicazos,
tirando líneas, vulgarísimo y para convencer a los afines, naturales, perdón,
trapazos de frente, de uno en uno. ¡Cómo rugían los partidarios! Eran pocos,
pero con eso ya se había ganado un homenaje en el McDonalds del Zocodover. Que
bello marco para tan cutre alarde. En su segundo tampoco defraudó, ni a los
enemigos del antitoreo, ni a los amigos de la marcha atlética con un trapo en
la mano. Que no paró quieto ni para la foto. Que no digo yo que se quite así de
repente, que es joven y tiene tiempo, siempre hay tiempo para todo, pero si
quiere vivir de esto o se aplica de lo lindo en eso de la lidia y el toreo o lo
mismo debería pensarse cambiar la muleta por las banderillas.
Poca diferencia había entre los anteriores y Miguel Zazo,
porque ni en la vulgaridad son capaces de diferenciarse mínimamente. Si acaso
le puede hacer distintos el número de paisanos, de autobuses. O quizá sí, en
algo cambió lo que “expresó” el joven novillero, en la insistente forma de dar
aire a sus novillos; parecía un molinillo de esos que dan vueltas y vueltas y para
colmo de males, le tocó el mejor de la tarde, que era un toro para muchas
plazas incluso de primera, sí, pero ¿aquí a qué hemos venido? ¿A pasar el rato
o a ser torero y triunfar en Madrid? Pues vaya usted a saber. Lo que está claro
es que no se viene a dar aire con las telas, a correr sin parar y no hablemos
de eso de bajar la mano, que no la bajan ni cuando han recetado un sablazo
infame y la mantienen en altop como para darse importancia, que eso sí que lo
aprenden de lujo; que arte para darse importancia y no sonrojarse ni ante su
propia e incapaz vulgaridad. Que dirán que qué dureza con los chavales, quizá,
pero es que estos son el embrión de lo que luego nos atormentará en las ferias
y tardes futuras y si no, echen una mirada a ciertas ferias pasadas, presentes
y venideras. Que dirán que si los novillos tal o cual, pero, uno ya no sabe cómo
los quieren, que más nobles no podían ser, tan al gusto de ahora, tan
propicios, vamos, que no los prepara tan a medida ni el sastre del señor marqués.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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