Al menos José Chacón se apartó del vanguardismo taurino y pareando nos volvió a lo que tanto añoramos. |
Ya saben ustedes que la plaza de Madrid es un punto de referencia cultural durante todo el año y con mayor intensidad durante la feria de San Isidro, hay tertulias, conferencias, exposiciones de arte, arte figurativo, escultura, siempre con el toro y la tauromaquia como referente. Pero ya sabemos que en esto del arte moderno hay muchas cosas que se nos escapan, que uno las ve y se queda frío, que te plantas delante de una obra titulada “Atardecer en la dehesa” y tú miras y miras y vuelves a mirar y no ves ni el atardecer, ni la dehesa, ni nada de nada; es arte abstracto y a unos garabatos, unos pegotes como si se hubiera desparramado un tintero y a un trozo de madera pegado al lienzo le llama atardecer y encima te dicen que es en una dehesa. Pero, ¡ojo! No descarten que haya quién lo vea y hasta se atreva a querer explicarlo. Pues ahora póngase ustedes en situación. Paga su entrada para ver una corrida de otros, entra en la plaza para ver una corrida de toros, se sienta en su localidad para ver una corrida de toros y resulta que te ponen delante la versión perfomance de “Atardecer en la dehesa”. Pero tranquilo, siempre va a haber quién le pretenda explicar que esto es un toro y que esos que andan por allí son artistas. Cinco del hierro del Torero y un sobrero, el quinto, de Montealto. El primero un torazo, grandón de todo, los demás con mucha leña, pero nada más y el sobrero un búfalo al que solo le faltaban los Sioux acechando. Corrida mansa, pero alguno pudo haber tenido mejor dado más de sí en el último tercio. El primero de la tarde suelto, escarbando, se puso al picador y a su cabalgadura por montera. Literal. Se lo pasó por los lomos y en el segundo encuentro, tapándole la salida los mandó más allá de las rayas del tercio. El artista que le tocó en suerte, Antonio Ferrera, no hizo más que primero dejarle suelto y luego limitarse a darle trallazos destemplados, a permitirle tocársela demasiadas veces, a meter el pico constantemente y a no parar quieto un instante. En el quinto el baile comenzó ya desde el recibo de capote, con mantazos desajustados. El toro iba a su aire y si por estas se encontraba un caballo, pues hala, cumplido el primer tercio. Saludaron José Chacón y Fernando Sánchez, uno por parear pudiendo al toro y el otro por esa especie de recorte con que siempre nos “sorprende” para dejar su par. Ferrera empezó dando distancia al toro, pero inmediatamente continuó el baile ya iniciado, sin parar quieto, que si una colada y sin poder con el animal, incapaz, no pudiendo hacer otra cosa que dejarse enganchar las telas.Quizá es que no se le picó, quizá que no se le cuidó en la lidia y quizá porque tampoco era para ponerse a dar derechazos y naturales. Quizá.
El segundo del cartel de esto que cuesta calificar, fue
Daniel Luque, que al cornalón segundo le permitió engancharle las telas ya de
salida. Mal picado, el animal parecía hacer como que hacía, pero salía del peto
huyendo sin ruborizarse. Parecía el día del enganchón y las correrías por el
ruedo y Luque se lo tomó al pie de la letra en el trasteo de muleta, costándole
hasta encontrar el sitio y el momento de cuadrar al toro. Le tocó al sevillano
el de Montealto, con el que ya de inicio no se le veía cómodo. Un toro que no
paró de escarbar durante toda la lidia, al que se le dio un primer picotazo y
de segundas, parecía que iba a derribar al verle levantar el caballo con el
pitón izquierdo. Incierto en la muleta, lo que quizá provocara una tremenda
desconfianza en el matador, que no acertaba a pararse un momento, hasta que el
buey se quedó, pero sin dejar de escarbar.
Volvía Gonzalo Caballero a Madrid tras aquella cogida en
esta misma plaza y volvió a dejar patente su escasa capacidad para ponerse
delante del toro, provocando por momentos una angustia innecesaria, viéndole
cogido casi en cada pase. A su primero le dejó a lo que él quisiera, que
deambulara por dónde mejor le viniera. Notaba el palo y salía a escape del
peto. En banderillas apretó por el derecho, lo que luego se evidenció durante
la faena de Caballero que, rodilla en tierra, y muletazos por ambos pitones, se
lo sacó fuera de la raya. Demasiado acelerado, ya en los medios se el vencía
mucho y a cada embestida era un ay, pero el madrileño no parecía tener más
argumentos que a ver si le daba derechazos o naturales sin mando ninguno, sin
saber defenderse mínimamente, yendo con el muletazo hecho y el toro a su aire.
Y hay que dar gracias porque se lo quitara de encima hasta con habilidad. En el
sexto fue más de lo mismo, aunque menos angustioso. Mal picado, el matador haciendo
poco caso a la lidia, para llegar a la faena de muleta, en la que el escenario
fue el mismo, el toro iba y venía y solo se le recetaban trapazos con el pico,
muletazos pegando tirones, mucho enganchón, banderazos mil y teniendo que
recuperar el sitio permanentemente, más pareciendo que su objetivo fuera que
pasara el tiempo a montar un trasteo con sentido para aprovechar las embestidas
del toro. Que será lo que se lleva ahora, porque es una práctica muy común lo
del pico, los enganchones, las carreras y no ser capaces de aprovechar
mínimamente las muchas o pocas arrancadas, pero es que al final te quedas como
si contemplaras el “Atardecer en la dehesa” ensoñando el toreo, ensoñando el
toro encastado y llegas a la triste conclusión de que son cosas del arte
moderno y hay días, la mayoría, que lo que toca en la plaza es una sesión de insufrible
arte abstracto en las Ventas.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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