El que quiera emociones de verdad, emociones fuertes, que le pongan un toro romaneando en el caballo y sabrá lo que es emocionarse de verdad, para no olvidarlo jamás |
Llevamos ya un tiempecito en que los toros parece que solo tiene dos fines, uno, el arte, arte a cualquier precio, incluso al precio de tener que pagar como arte la más sublime vulgaridad y chabacanería, pero si esto se hace calzando medias rosas, ya es arte. Y el otro es el emocionarse. Y a ver quién te discute lo que sea, si esa persona en cuestión se ha emocionado. ¡Ojo! Que la emoción también puede ser provocada por la vulgaridad o la ineptitud de un señor, casualmente, con medias rosas. Porque imaginen que sale un toro con sus cosas y se pone delante alguien un poquito pez. La sensación de peligro se hace más que evidente y por consiguiente, hay emoción; emoción creada a partir del desconocimiento y falta de cerebro de un señor. Eso sí, calzando medias rosas. Y claro, si resulta que alguien apunta con un círculo rojo una corrida de figuras esperando ver la consumación de una orgía de arte y emociones a cargo del que algunos han ensalzado al Olimpo taurino, a nadie se le pasa por la cabeza que esa tarde no se vaya a producir el milagro de los panes y los peces ante sus propios ojos. Que lo mismo los panes eran de la panificadora, con una furgoneta llena de chapatas, baguettes, Viena, molletes, hogazas, pan de picos, y los peces eran los del reparto de todos los jueves de Pescaderías la Dorada, que en un cruce se dieron de frente y toda la mercancía se desparramó por el asfalto, las aceras, la mediana y el parque infantil de la esquina. Pero que no venga ningún listo a contarles lo que pasó de verdad, porque ellos quieren emocionarse y creer que aquel es el milagro de aquel señor de las medias rosas.
Se palpaba en el ambiente ese deseo de ser testigos del
milagro y si no se producía, se fabricaba, porque si hay que emocionarse, o nos
emocionamos todos o tiramos al presidente al río. La gente ya venía emocionada,
quizá porque habían conseguido una entrada en tarde tan señalada, quizá porque
se iban a pegar sus lingotazos de yintonis, quizá porque estaba nublado y no
les iba a achicharrar el sol, quizá… ¡Vaya usted a saber! ¡Ah! Que si pide una
tónica en los bares de la plaza, igual le dicen que no hay, pero si pide un
yintonis, al momento. Que todo ayuda para lo de la emoción; ¡y de qué manera!
Quién no se enteró muy bien de que iba esto, lo de emocionarse, fue el señor
del Río, don Victoriano, que ya empezaba defraudando. Se anunciaba como ganadería
de Victoriano del Río y Toros de Cortés y solo han salido del primero. ¡Vaya!
Ni uno de Cortés, con la ilusión que nos hacía. Que igual no habrían sido tan
desiguales, a veces tan flojos, tan sosos, tan muleteros, tan justos, estando
en esa línea en que tan bien se manejan los ganaderos de la modernidad, en que
no acaban de, pero tampoco parece que sean para protestarlos, aunque ya digo,
alguno se protestó, pero tampoco demasiado. Que lo mismo era la postura más
sensata, porque en tardes como esta, al público le da igual que le echen a la
mula Francis con cuernos, que como van a emocionarse caiga quien caiga, como
están predispuestos a crear una atmósfera rebosante de un histerismo
descontrolado, ¿quién se pone a luchar contra eso? Es baladí intentar oponer raciocinio
y argumentos ante quién solo pone por delante la subjetividad y el ansia viva
de emocionarse.
Encabezaba el cartel José maría Manzanares, que a su primera
raspa ya le recibió enmendándose con el capote. Apenas se le pudo apoyar el palo
y no acababa de salir del primer encuentro con el peto, el animalito ya abría
la boca buscando el aire que le diera un poquito de resuello. Con la muleta se
limitó a pegar trallazos con el pico, echándoselo para fuera, venga carreras,
buscando a ver dónde se iba a encontrar, pero no se encontró, llegando a
parecer que no podía ni con este moribundo andante. Al cuarto, un buey regordío,
ni mantazos de recibo. Suelto por el ruedo, le apretaron más de lo que suele
ser en estos días emoción, pero sin excesos. Después estuvo perdiendo las manos
frecuentemente, mientras Manzanares apenas llegó solamente que a merodearlo, a
dejar que pasara el tiempo.
Quién abrió plaza fue el triunfador de la Copa Chenel,
Fernando Adrián, quien tuvo suerte de que el premio nadie se lo podía ya
quitar, porque aunque sea simbólicamente, esta tarde lo devolvió sin discusión.
Ya de primeras mostró poca eficacia con el de la confirmación y a la mínima se
dio la vuelta de espaldas a los medios, cediendo terreno. En el caballo el palo
lo apoyó el pica en buen sitio, pero decir que picó es mucho exagerar, si acaso
le arañó por dos veces. Adrían quería mostrar su compromiso y se puso de
rodillas para iniciar la faena de muleta, pero el toro andaba a otras cosas. El
espada insistía y el toro desistía, hasta que al final, más próximo a las
tablas, se le arrancó y empezó darle trapazos por delante y por detrás, que eso
siempre emociona, ¿no? Transcurrió una faena sin criterio, que lo mismo metía
el pico con descaro ante unas arrancadas a pasito lento, que se lo pasaba por
detrás, porque sí, siempre citando desde fuera, para acabar ahogando al de don
Victoriano, al que despachó de un infame bajonazo. Y los emocionados atónitos
al ver que alguien protestaba que toda la espada estaba enterrada en lo negro.
Su segundo, que fue quinto, un cornalón que parecía candidato al Rocío.
Enseguida mostró su condición, yéndose a esperar a terrenos de toriles. No quería ni ver al caballo, al que llegaba
suelto por el ruedo, le daba un respingo y a correr. Fernando Adrían tomó la
muleta y aparte del toreo ventajista moderno y de darse muchas carreras, era un
cuadro desangelado, sin gracia ni para trampear. Acelerado, desajustado y sin
parecer saber adónde quería llegar. Bueno, al menos ya confirmó y muy poquito
más.
Y ahora podría contarles lo que el personal se emocionó con
la actuación de Roca Rey, pero tampoco quiero que piensen que he perdido la
cabeza. Que sí, que es muy listo, o más que listo, pillo, como esos pícaros que
saben como sacarse dos monedas, o con la simpatía o conmoviéndote,
emocionándote. Un señor que se viste de luces, que incluso calza medias rosas,
pero que se inhibe absolutamente de las lidias y le importa nada el estar bien
colocado para auxiliar al compañero, que los banderilleros se las apañen
solitos, que él bastante tiene con estar colocando el capote permanentemente.
Con el capote estuvo vistoso para los emotivos, pero siempre enmendándose, sin
plantar las zapatillas en la arena. En su primero dejó que el animalito con
pinta de buey fuera a su aire y se marchara las dos veces al picador de puerta.
Quitó con el capote, pero no me pidan que describa el quite, bueno, sí, un
quite que emocionó al respetable. Pero como los corazones no son de acero, con
la muleta solo se limitó al número del pico, los trallazos, la recolocación,
muy fuera, cambios de pitón aparentemente sin otro criterio que el que se le
cansara el brazo. Para rematar de un espadazo pescuecero, caído. Y salió el
menos toro de la tarde, que habrá quién diga, sin emocionarse, que era hasta
anovillado. Simularon sin pudor la suerte de varas, con el palo en alto, a lo
que el público ahora ya siempre responde con palmas emocionadas. Le citó de
rodillas, lo que provocó las primeras manifestaciones patrias, los de allá con
las banderas rojiblancas y los de acá, con los impertinentes vivas. Tuvo que hacerse
una pequeña peregrinación de rodillas, como si estuviera de penitente camino de
Fátima. Trapazos ahora por delante, ahora por el cu… por detrás. Tanda de hinojos
con mucho pico, pero daba igual, la cosa era emocionar. Ya en pie, más de lo
mismo, pero además con trapazos empalmados, sin rematar, apelotonándolos, con
lo que eso gusta y emociona, otro por el cu… por detrás, arrimón, trapazos
recolocándose en cada uno y la emoción a mil, mientras otros no creían lo que
veían, como la gente se podía emocionar con semejante esperpento tan ajeno y
con tan poquito que ver con algo parecido al toreo. La cosa es que el animal
pase, un concepto absolutamente opuesto a lo que es torear, llevar al toro.
Pero daba igual, ellos se emocionaban, pues no hay más que hablar. Menos de
media, un aviso, tres descabellos y el toro dobló solo y los emocionados sin
esperar más, cogieron el petate y se marcharon, sin tan siquiera hacerle dar a
su ídolo una emocionada vuelta al ruedo. Se desinfló el globo como por arte de
magia, era como si a lo que hubieran ido era a ver cortar orejas y como no las
hubo, ¡hala pa casita, que refresca! Y a mí no me digan pero estoy convencido
de que todos los entusiastas de esta tarde ya venían emocionados de casa.
PD.: Un recuerdo sinceramente emocionado al maestro Miguel
Baez “Litri”, que tantas veces puso los corazones boca abajo.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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