Habría que saber si los inválidos habrían aguantado algún muletazo sometiendo y toreando. Podemos intuirlo, pero ya no lo sabremos nunca |
Dicen que un día se encontraron dos caballeros en un café de Cincinatti y que descubrieron dos cosas, que los dos eran españoles y los dos se interesaban por los toros. ¿Y de dónde es usted? De Villatejas del Valle, lo tiene que conocer, es el pueblo de Fulanito de tal, que salió por la Puerta Grande de Madrid. Pues no, la verdad es que ni me suena, pero seguro que usted conoce a un chaval de mi pueblo que ese sí que salió a hombros, Zutanito de tal, de mi pueblo, de Lastrillas. Pues ahora no caigo. Y los dos pensaron que menudo aficionado debía de ser aquel señor que no se acordaba de cuando el paisano salió a hombros, llevado por todos los del pueblo que llenaron no sé cuántos autobuses para ese día en Madrid. Y, ¿ustedes creen que se acabarán recordando tantas salidas a cuestas de esas que últimamente promueven y perpetran los paisanos, vecinos o amigos de los toreros? Que dicen las malas lenguas que hasta han repartido pañuelos a la entrada de la plaza para que el personal pidiera hasta las criadillas del toro, como aquella tarde triunfal de Armillita. Que me recordaba a mí cuando escuché hace años a un caballero afirmar que esto era lo que había que hacer y decirle a la gente que era para que pidieran orejas. Pero la cosa no para ahí, que hubo a quién esto le pareció la idea del siglo. Pues ya ven lo que pasa cuando se reparten pañuelos a diestro y siniestro. Que habrá quién diga que con estas maniobras se degrada y ridiculiza la plaza de Madird, la misma fiesta. Pero, ¿qué más da? Total si se va al garete, que se vaya, para una vez al año que voy, qué más da. Y si no es en las Ventas, ya será en Carabanchel, Leganés, Sanse o el Álamo, que para pimplarse unos cubatas da igual el sitio.
Que llegaba el señor de Garcigrande y Domingo Hernández,
pero sin Domingo Hernández, a pesar de estar anunciado, con una corrida muy de
su gusto y del gusto de los taurinos. Y la verdad es que salió ideal… ideal
para el mantazo, ideal para no poder picar, ideal para simular la suerte, que
en una de estas, haciendo el picador que picaba, por no apretar, el de
Garcigrande le mandó al suelo. De la presentación no sé que decir, ninguno de
presencia imponente, nada más lejos, pero tampoco era para montarles la marimorena,
aunque también se podrían haber protestado por escasos de trapío, como por
exceso de invalidez, pero para darles pases sin molestarlos, valían. Y ya saben
como son estos toros modernos, que de bravura, poco, de casta nada, pero es
ponerse con ellos a yo te tiro el palo y tú me lo traes, o lo que es lo mismo,
me pongo flamenco poniendo poses, te pongo el trapito y van y vienen hasta que
dices que se acabó el juego de un espadazo.
La plaza estaba más que ambientada, que solo faltaba el olor
a gallinejas y de fondo a los Camela, para creernos que estábamos en la verbena
de Villatejas del Valle o de Lastrillas. El personal aplaudía hasta pestañear
de los artistas, eso sí, si lo hacían con garbo torero, por supuesto. Al Juli
se le esperaba, sobre todo después de lo del último día, pero aquello parece
que fue flor de un día. Su primer inválido medio aguantó de pie, pero lo de
hacer que fuera a la muleta ya era pedir demasiado. Se veía al torero de
siempre, que incluso recuperó su famoso julipié, eso de apartarse a la carrera
y pasados los pitones soltar la puñalada. En su segundo, como en su primero, dejó
que el animal fuera a su antojo, aunque hay que reconocerle unas verónicas
medio aseadas, pero con los brazos encogidos. En el último tercio el Juli
volvió a ser el de siempre, ese torero listo que sabe lo que hay en los
tendidos y desplegó todo su saber metiendo el pico, siempre en línea, cogiendo
la pañosa como una bandera con el brazo medio encogido, en ocasiones citando
hasta de espaldas para esos muletazos efectistas, lo que provocaba el delirio
de la concurrencia. Pinchazo y entera muy trasera. Ya era el delirio. Hubo
petición, pero el señor presidente consideró que ese pinchazo le hacía perder
la oreja del público y no sacó el pañuelo blanco. Y lo que se enfadaron
algunos, quizá esos mismos que aplaudían la muerte de bravo de un toro que para
doblar exprimió su último aliento en irse a toriles, lo que tampoco es que sea
de muy bravo.
Alejandro Talavante sigue en ese buscar su identidad y
parece que sigue sin encontrarla. No se encontró en unos capotazos desganados,
ni mostrando ningún cuidado en la lidia. EN el último tercio empezó el de
Garcigrande mostrando codicia, al tiempo que manifestaba su falta de fuerzas
que le hacían perder las manos una y otra vez. Trallazos con el pico a lo que
mandaba el animal, siempre muy fuera, no parando de correr, llenando a ponerse
hasta vulgar, para culminar con un tremendo bajonazo que gran parte de la
concurrencia no entendía por qué se protestaba. En el quinto, más desgana, como
si no estuviera para nadie. Al menos el de aúpa colocó la vara en buen sitio,
que en época de puyazos traseros, caídos o ambos, ya es mucho. Eso sí, apoyó el
palo y punto. Y Talavante quería demostrar que él quería y con la muleta en la
mano se hincó de rodillas en la arena. Casi le desarme en los primeros
compases, pero no desistió y aún dio una tanda por el lado derecho, que al
menos le quitaría las moscas al Garcigrande. Primeros derechazos en pie con
media muleta, recortando, con lo que eso gusta, aunque hubiera algún que otro
enganchón. Con la zocata metía pico y más pico de forma descarada, siempre fuera,
moviendo la muleta como si fuera un trapo. Acabó metiéndose entre los pitones y
quizá en este trance tuvo el gesto más honrado de la tarde, tirando la muleta
al suelo, lejos, que total, para el uso que hacía de ella, tampoco es que la
fuera a echar de menos.
Y he aquí quizá el que más público concentró en la tarde,
Tomás Rufo, elegante jovencito que confirmaba y que salió a cuestas de los
entusiastas. Alumno avanzado de las figuras del momento, apenas tiró un puñado
de mantazos al aire. Luego vino un trasteo en el que hubo tanta lentitud o aceleración,
según se mire, como se permitía el moribundo que hizo primero. El animalito se
arrastraba de aquí para allá, mientras Rufo le llevaba con el pico, quedándose
él fuera, sin rematar en ningún momento ningún pase. Le costó un mundo cuadrar para
montar la espada, el toro a la mínima se ponía a escarbar, pero al final una
entera trasera le valió para el primer despojo. Se presentaba bien la tarde, el
primer toro y ya habíamos estrenado el pañuelo. En el sexto ya le desarmó en
los primeros mantazos, sin fijarle, el animal iba a su aire y así acudió al
caballo, suelto, al hilo de las tablas. Ahora era la oportunidad de los
paisanos para poder darle otra oreja y así poder contar en Cincinatti que eran
del pueblo de Tomás Rufo, el que un día salió a cuestas del pueblo de Madrid, o
de su pueblo, que el resultado será el mismo. Mucho trapazo con la pañosa muy
atravesada y dejándosela tocar demasiado. Con la izquierda de uno en uno,
porque no acababa de encontrar el sitio y vaya si lo buscó a la carrera. En algunos
pasajes, cuando el toro ya se había arrancado se colocaba a la carrera y le
atizaba el muletazo. Y entre te pego uno aquí y otro allí, los entusiastas
perdían el sentido y después de una caída tirando el trapo descaradamente, se
le concedió otro despojo, el que le daba derecho a salir a cuestas por la
puerta de servicio de la plaza de Madrid, con el delirio vivido entre carros,
talanqueras y alegrías.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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