martes, 3 de mayo de 2022

Ni carrozas, ni paseos por el ruedo, ni toros, ni toreros, ni afición

Recordaba uno aquellos volapiés del Uceda Leal.


Pobre plaza de Madrid, adónde la han llevado. Festividad del 2 de mayo y la goyesca y todo lo que conllevaba la goyesca se lo ha llevado por delante la amenaza de lluvia. Que iba a organizarse el día del juicio en la plaza de las Ventas, pero al final ha sido que no, que ni agua ha caído. Que algunos hoy tenían especiales temores, pensando que si descargaba una tromba de agua, igual no iba a haber zodiacs suficientes para rescatar a todos los “vips” que se han dado de codazos para encontrar aposento en el callejón venteño. Que no digo yo que no vaya nadie al callejón, especialmente los que tienen que estar, faltaría más, pero, ¿y los demás? Que de sobra se ganan el título de “entrar de gañote”, “de gorra”, “por la cara”, “por la jeta” y encima a tener cuidado de que no se les mojen los zapatitos de gamuza azul. Pero mientras se despejaba tal muchedumbre callejonera, en los tendidos unos se lamentaban de no haber podido pisar el ruedo, otros de no haber paseado en carroza, con lo bien que les sentaba el traje de goyescos. Pero bueno, otro año más soleado será.

Pero hombre, aparte del capricho, al menos nos quedaba la esperanza de ver una corrida de toros, con toros y con toreros que torearan. Pero no, los toros, del Cortijillo, factoría Lozano, aceptables de presentación, quizá alguno bajaba algún peldaño, pero bueno, hay que ser condescendiente, que no vamos a pedir la cabeza de camada, que estas van a las plazas importantes, como Cenicientos, El Álamo o cualquier otra plaza de la Comunidad. Y que nadie vea aquí una broma sin fundamento, es que la realidad es que a esas plazas llevan toros que en Madrid ni olemos últimamente. Igual por eso apenas se pasaba del cuarto de entrada. Será que los del Cortijillo… Como suele ser norma, el primer tercio ha sido casi testimonial, manseando en el caballo, el que no parecía una devanadera tirando derrotes al peto, salía echando pestes y tirando coces a lo que se dejaba detrás. Muy abantos, correteando demasiado por el ruedo y los de goyesco sin intentar tan siquiera echarles un capote al suelo a ver si así se hacían con ellos. Era el hambre y las ganas de comer. Pero la cumbre de la mansedumbre y de la afición que asistía a las Ventas fue cuando en el sexto esos aficionados protestaban airadamente, qué digo, invadidos por la ira, pidiendo que se devolviera un manso. Que se oían voces clamando porque aquello permaneciera en el ruedo de la primera plaza del mundo. ¡Dónde vamos a llegar! Y los poquitos habituales que ocupaban su localidad de todos los días miraban aquí y allá; esto es de cámara oculta, pero, ¿realmente qué protestan?, ¿Qué es manso? Pero eso no puede ser, no, tiene que ser otra cosa. Y miraban si flojeaba de patas, de manos o de todo a la vez. Que no, que no, que es por manso. Y en el palco el mismo usía del día anterior. Los escalofríos recorrían el espinazo de más de uno, recordando a aquel otro presidente que echa a los mansos para atrás. Pero cosas del toro moderno, los animales hasta permitían que los de goyesco gastaran su bono de muletazos hasta no dejar ni uno en el taco de papeletas. Especialmente este mansito, que hasta puede que fuera el más viable para sacarle algo en el último tercio, algo que sucede en más de una ocasión, eso de los mansos de triunfo, pero…

El pero eran los goyescos. El que habría cartel, que no plaza, era Uceda leal, torero que pasea su torería con garbo y galanura y que acostumbrados a los que en lugar esa torería, desparraman poses de opereta, pues a nada que haga ya tiene al público entregado. Escaso, simplemente para pasar el trámite con el capote, más efectivo con la muleta para eso de llegar a los tendidos, pero con un toreo perfilero, por momentos escondiendo la pierna de salida y abusando del pico, no rematando los muletazos y en ocasiones no llegando más allá del cuarto de muletazo. Siempre citando desde muy fuera y en el mejor de los casos al hilo del pitón. Con la espada, su fuerte de otras épocas, tampoco fue lo esperado, aunque hay que reconocer que se echará en el morrillo derecho como una vela, pero a veces se nos va la mano y dejamos un solemne bajonazo.

El segundo era Antonio Ferrera, espectáculo asegurado, empezando por los trastos y siguiendo por sus modos. Voluntarioso con el capote para quitar al toro del caballo, incluso intentando aportar variedad, lo que el respetable agradecía, pero el balance no va más allá de mantazos echándose el toro para afuera. Amanerado con la pañosa, aparentando una excelsa naturalidad, al tiempo que atravesaba el engaño, permitiendo que el toro se lo tocara más de lo deseable, desarrollando lo más granado de su repertorio, que si me pongo flamenco en el muletazo y tengo que recuperar el sitio permanentemente, que si tiro el palo y me pongo a dar naturales con la derecha, que si… lo de siempre, aunque personalmente agradezco que en la suerte suprema no nos deleitara con su particular versión de estocada a distancia, acercándose a pasitos cortos y eléctricos. Pero seguro que durante la feria le veremos en semejante trance, al menos que haya suficiente personal para que lo aprecie y se lo agradezca.

Y cerraba el cartel y plaza, el que la abrió, el confirmante Francisco de Manuel, que ha dejado claro que es un torero de los de hoy, con todos los defectos vigentes y que tanto se jalean y casi ninguna virtud para el toreo. Toro inexistente con el capote, con dificultades para parar un toro, para llevarlo al caballo y que con la muleta es uno de tantos del toreo con el pico, de en ocasiones retrasar la pierna de salida, permitir que le toquen demasiado las telas, de no mandar y verse obligado a recolocarse a cada pase. Y además se encontró con ese manso protestado, que fue ver el rojo de la tela y decidió que la iba a seguir, aunque el espada le echara hacia afuera, hasta que entre enganchones y tropezones el animal se cansó y entonces de Manuel tiró del repertorio más puramente chabacano, que si arrimón, que si banderazo, que si trapazo a cómo salga, a lo que el respetable respondía hasta con entusiasmo. Se puso demasiado pesado, tanto que le llegó el aviso antes de entrar a matar, que ya es ser pesado. Por su parte, el señor presidente quiso mantenerse serio, no fuera a ser que le despidieran con más gritos de fuera del palco. No dio una oreja con petición, no sabemos si para evitar la bronca o porque valoró que después de un bajonazo no hay despojos que valgan. Una tarde que algunos quisieron convertir en solemne, con himno incluido sin saber muy bien en honor de quién, pero lo cierto es que con tanta ilusión que íbamos y al final no tuvimos ni carrozas, ni paseos por el ruedo, ni toros, ni toreros, ni afición.

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni quito ni pongo una coma, totalmente de acuerdo,un saludo Enrique.