Cuando ves a un matador de toros y tienes la sensación de que estás viendo a un aficionado pegando mantazos en una capea de pueblo, la cosa es preocupante. |
Que ahora dicen que se llaman muffins, pero la señá Carmen
las llama madalenas, las de toda la vida. Unas madalenas que las pones en la
mesa y tienes que tener cuidado, porque dan en la lámpara. Que como no estés
vivo, se encajan en la lámpara Tiffanys de la tía Máxima, la que una vez fue a
Biarritz y se encaprichó de la lamparita en cuestión, que no cabía en el 850 y no
se le ocurrió otra que ponérsela a mi tío como si fuera el “profesor Livingston
supongo”. Que la señá Carmen, aparte de ser aficionada al alpinismo en
madalena, con un campo base al llegar arriba del papel, también gusta de esto
de los toros y no vean la ilusión que le hace empanzonar a media grada con sus
madalenas. Que con dos que llevara ya nos apañaba para la cea, la recena y el
desayuno del día siguiente; pero ella, muy entregada a la causa, trae
madalenas, varias madalenas, para todo quisque. Y no le digas eso de que vaya
mano que tiene para la pastelería, porque entonces estás perdido. Con ella hay
que medir mucho las palabras y el Pedri, en esta ocasión no lo ha hecho. Que va
y le suelta que menos mal que nos íbamos a poder aliviar de la de Juan Pedro
con las madalenas. Al Pedri le ha caído un collejón, pero el mal ya estaba
hecho.
Una de Juan Pedro con una presencia inusual para lo que este
ganadero suele echar; eso sí que nadie se piense que han echado seis como el
toro de Osborne, el de las carreteras. Comparado con lo de la casa, bien
presentados, comparado con lo exigible en Madrid, pues sí, bien presentada,
pero como muchas. Eso sí, ojalá esto se convirtiera en norma y que esto fuera
absorbiendo lo impresentable, pero me da que mientras estén las figuras que
están, eso no va a suceder. Que la señá Carmen ya veía nada más salir el
primero que no iba a haber ganas de madalenas, que la tensión no iba a dejar
pasar ni una miga. Pero una cosa son las expectativas y otra acabar con un bote
de madalenas tamaño cubo de la basura de comunidad. Se les ha picado poco y mal
y en el caso del quinto, acuchillado de mala manera, abriéndole un par de
ojales en mitad del lomo. Peleaban si acaso de lado, con un pitón, sin codicia,
a todo lo más se quedaban en el peto y ya vale. Solo el quinto, que puso en
aprietos al pica, que tuvo que defender la cabalgadura para no verse
desparramado por el suelo. Y el sexto, que sacó genio, picado en buen sitio,
aunque como a los demás, apenas nada. Este acabó cortando notoriamente por el
derecho, poniendo en serios apuros a Juan Navazo al clavar en el segundo
tercio. Luego, como todo toro moderno, iban y venían, aquí y allá. Ellos
cumplían con su destino. Es verdad que el aire molestó bastante toda la tarde,
pero ellos a lo suyo. ¿Alguna vez han comido madalenas en la playa de la
Victoria de Cádiz un día de levante?
Daniel Luque, pues a lo de siempre, quizá un poco más
desganado, con el mismo rictus de cabreo constante. Con el capote lo más
variado fue un quite por chicuelinas desangeladas. Ni asomo con el capote, que
otras veces ofrecía algo más y buen manejo. Trapazos a diestro y siniestro con
la pañosa, abusando del pico, fuera de cacho, a veces demasiado perfilero casi
citando de espaldas, hasta acabar con un repertorio bastante ordinario,
alargando el trasteo en exceso. Se hacía demasiado larga ya la faena del
sevillano y contra el aburrimiento, toma madalena. Poco más de lo mismo en su
segundo, a veces hasta aturullado con la diestra, tirando líneas y largando
trapo con la zocata y dejándosela tocar demasiado a menudo. Y mientras tanto,
todos callados, sin rechistar, ni quejarse, porque la señá Carmen estaba alerta
y con la madalena preparada como un misil submarino.
Ángel Téllez recibió un tremendo trompazo al intentar un
quite en el primero de la tarde. Al citar para la primera gaonera el de Juan
Pedro no atendió al engaño y se lo llevó puesto. Cundió la alarma al ver al
espada tendido en el suelo y sin moverse. Afortunadamente, después de pasar por
la enfermería, volvió al ruedo, aunque cambiándose el orden de lidia. Téllez se
ocupó de cuarto y sexto, Cuando regresó al ruedo la tarde ya se estaba haciendo
demasiado pesada, empezaba a hacer bola y entre el festejo y las madalenas, el
aire, el sol en la cara, háganse una idea y entenderán lo que es una tarde
plomo en San Isidro. En su primero, el que salió cuarto, Ángel Téllez hizo algo
completamente inusual en estos tiempos, paró y sujetó a un toro. Luego ya
vinieron los mantazos y el desarme, pero… Lo del último tercio ya fue otro cantar,
pico, dejando que le tocara demasiado la tela, brazo largo, fuera de cacho,
aceleramientos, trallazos y el inconveniente del viento para complicarlo más.
Pero aún así, persistía innecesariamente hasta escuchar un aviso antes de
montar la espada. En su segundo hasta puso al toro en el caballo. Y cuando la
señá Carmen ya mostraba casi el final del cubo y repetía eso de “venga, que hay
que acabarlas”, todo el mundo esperaba algo más para cerrar el festejo. El de Juan
Pedro sacaba genio, acudía con brío a los engaños, pero no obtenía otra
respuesta que abuso del pico de la muleta y trallazos acelerados sin mando
alguno. Se le apelotonaban los muletazos, cambio de pitón, pero no de panorama,
carreras y más carreras para recuperar el sitio, enganchones, muleta atrás, sin
poder dominar la situación, para acabar con lo de siempre, acortando
distancias, a ver si así al menos se frenaba el ímpetu del animal. Un recurso
poco admisible, pero que al público suele gustar por esa falsa apariencia de
valor que transmite.
Curiosamente, después de aquel triunfo de octubre de
Francisco de Manuel, nadie le ha hecho salir a saludar al romper el paseíllo.
¿Y cómo es eso? No me digan que así de repente van a cortarse esas costumbres
ñoñas y sin sentido de sacar a saludar al lucero del alba cada amanecer. Que
alguien que no viera aquel día y sí estuviera esta tarde en la plaza pensaría
que o aquel día a alguien se le fue la cabeza o que en el presente al espada se
le fue de repente toda cualidad taurina. El caso es que viendo al madrileño y
viendo el cubo de madalenas, casi se preferían estas, aunque fueran con media
pistola de pan, bien de miga y sin un buchito de agua a mano. Con el capote su
mayor cualidad es la de acortar el viaje de los toros y el apartarse sin
aguantar a pie firme en ningún lance. Y si pasamos a la muleta, pues todo su
afán es dar muchos pases, sin mirar ni cómo, ni dónde. En su primero se hincó
de rodillas, pero el toro enseguida le quitó la idea y aunque lo volvió a
intentar después del primer achuchón, puestos a torear atravesando la pañosa,
de pie es más cómodo. Y ahí soltó idéntico repertorio en sus dos oponentes, toreo
moderno, insulso, ventajista, pases y mas pases sin criterio, solo acumulando
trapazos, tirones que hacían perder la mano a los toros, alargando tanto,
tanto, tanto el trapaceo, que escuchó los mensajes del palco antes de pensar en
empuñar la espada. Que uno se pone a comparar y en una tarde tan, tan pesada,
tan repetitiva de lo de siempre, tan falta de todo, en la que todo parecía que
no había más vida que los pases con la derecha o la izquierda sin criterio
alguno, qué quieren que les diga, que puestos a escoger entre esto y un tambor
de madalenas, estas se pasan mucho mejor. Y te pones a echar cuentas y al final,
sin dudarlo, te quedas con las madalenas de la señá Carmen.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
1 comentario:
Ayer la señá Carmen se hubiera hinchado a vender madalenas con café en los tendidos porque poco había que ver en el ruedo.
Un abrazo, J.Carlos
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